viernes, 18 de diciembre de 2015

La moda en el siglo XVIII

   Durante la segunda mitad del siglo XVII el vestuario masculino de las clases más altas experimentó una transformación sustancial, debido a la introducción en la moda civil de algunas prendas que procedían del atuendo militar, como fueron la casaca y la corbata. La adopción de estas prendas por el rey Luis XIV, entre 1665 y 1670, daría origen al “traje francés”, que con enorme rapidez se extendió por las cortes y aristócratas de toda Europa.

   La corte española, a la que todo el mundo había imitado desde el siglo XVI, se resistió a introducir dichos cambios, conservando, especialmente para las funciones oficiales, el tradicional traje negro, compuesto de jubón, ropilla y calzones, del que destacaba el blanco cuello de golilla, y que todo el mundo identificaba como el típico vestido “a la española”.

   Felipe V, nieto de Luis XIV, influyó notablemente en estos cambios al aumentar la influencia francesa en la corte española. Así pues, durante la mayor parte del siglo XVIII convivieron los dos estilos de vestir: a la española y a la francesa o a la moda, como se decía en la época. El traje de hombre a la francesa se componía de tres piezas: casaca, chupa y calzón. Este traje gozaba de plena libertad en cuanto al empleo de las clases de tejidos, la combinación de colores y la profusión de adornos. Fue utilizado por todas las clases sociales, diferenciándose unos de otros por la calidad de los tejidos y la riqueza y ostentación de los adornos.

   En cuanto a la moda femenina, a lo largo del siglo XVIII y hasta la Revolución, la silueta femenina se caracterizaba por el uso del miriñaque o “panier”, que era una sucesión de aros de metal sobre los que el vestido, ensanchado a partir de la cadera, tomaba una amplitud considerable (hasta 150 cm.). Los miriñaques anchos se usaban con el traje de corte, mientras que para el ámbito doméstico se utilizaban otros más pequeños.    

   El miriñaque se confeccionaba con una serie de tres aros metálicos superpuestos, cosidos a la enagua, y se sujetaba mediante otro aro colocado alrededor de la cintura. Posteriormente fue concebido con dos aros y asegurado por medio de un cinturón del tejido de la enagua y atado con cintas. El voluminoso miriñaque hacía parecer la cintura, encerrada en un corsé, muy delgada, mientras que un gran escote desvelaba el nacimiento del pecho.  

   Otra pieza que se utilizó con el mismo objetivo, sobretodo en España era el tontillo, un armazón interior, heredero del guardainfante, que ahuecaba las faldas.


    En la indumentaria femenina también coexistieron dos estilos bien diferentes aunque con influencias recíprocas: “a la española” y “a la francesa”. A diferencia del vestido francés, el traje “a la española” consta de dos prendas independientes, el jubón y la falda.

   Este estilo de ropa fue el que adoptaron las mujeres del pueblo llano, ya que la nobleza y la burguesía imitaban a la corte afrancesada, siguiendo fielmente los figurines que venían puntualmente de París.




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